miércoles, 15 de junio de 2016

No quería hablar del tema pero ya que más da.

Hipócritas. Dicen odiar las injusticias mientras absorben todos los beneficios que el dictador les regala a cambio de sus votos. Astutos, le llamarían algunos pero NO, yo insisto en que son hipócritas o ¿acaso saben de dónde sale el dinero con el que pagan esos beneficios?  El ser humano es así; ignora lo que le conviene porque es más fácil para su conciencia y para su bolsillo.
Desde que nací estuve en contra de este maldito régimen, aun sabiendo que las personas que me criaban no pensaban igual. O algunos, por lo menos. “Deberías darles gracias” me decían, pero a mi algo me olía muy mal. Llámenle instinto o como quieran. Poco a poco aprendí a morderme la lengua porque a veces es mejor tener paz que ganar todas las guerras, sin embargo, cada día estaba más segura de lo que siempre había sabido: esas personas son dictadores y este pueblo está siendo altamente manipulado. He aportado mi granito de arena cuando he podido: con mi voto y con mi firma, pero no ha sido suficiente porque la democracia aquí no existe. Es imposible hacerse escuchar mediante medios civilizados. Es imposible pedirle justicia a tribunales corruptos, militares comprados y guardias codiciosos.
Hoy en día siento profunda lástima. Lástima por mí y mi futuro. Lástima por mi familia. Lástima por todos los que son ciegos ante verdades innegables. Lástima por los que repiten como loros todo lo que le dicen porque no tienen el valor de armarse una opinión propia. Lástima por los que son capaces de agredir a sus semejantes por pensar diferente. Lástima porque la libertad de expresión es un derecho negado descaradamente.
“¿Qué tal si vas mañana a hacer cola a ver que consigues? Es tu número de cédula”- Me dijo.
Les juro que conté hasta 10 para disimular mi fastidio y mi indignación. No es que mire a nadie por debajo del hombro, supongo que las personas que hacen esas colas infinitas y son capaces de pelear tal cual animales salvajes por comida es porque tienen una necesidad del tamaño del planeta en su casa. Pero en mi casa se niegan a renunciar a la arepa por las mañanas, el pabellón al mediodía y la avena en las noches, sin embargo, siguen votando por el mismo gobierno que ha hecho un cambio radical en la gastronomía venezolana. No sé por qué, la verdad, siempre consideré a mi madre muy inteligente. De mi padrastro se puede esperar cualquier cosa que haga mi madre, pero mi madre… No sé.
“Si para que la gente abra los ojos tenemos que morirnos de hambre, que así sea. Si de esta manera tú entiendes que esto no es normal ni está bien ni va a mejorar, que así sea. Haz cola tú si quieres, yo voté por el cambio y no voy a ser parte de la misma mierda de siempre”.
De esa simple manera, por algo tan normal y común como lo era una diferencia de pensamientos, como cuando a ti te gusta el negro y a tu hermana el rosa, mi familia decidió molestarse conmigo el resto del día. Es que yo soy una “desconsiderada” por querer algo mejor para todos y a mi “no me importa nadie” por negarme a consentir injusticias.

O se acaba esta dictadura, o se siguen acabando las familias…