domingo, 22 de mayo de 2016

Niña mía, te extraño...

Tengo la mente perturbadoramente clara, supongo que por la falta de alcohol. Veo los recuerdos no como una sucesión de imágenes sino como un conjunto de situaciones encadenadas ¿Quién es esa? Joder, soy yo. Soy yo cuando yo juraba y perjuraba que la cerveza era asquerosa, que el ron me dejaba ardor en la garganta y el whisky ni siquiera tenía gracia ¡Vaya tiempos! ¿Qué diría aquella niña de la persona en la que me convertí? Esta es una pregunta que debí hacerme hace mucho tiempo, es más es una pregunta que deberían hacernos a todos en el Test Vocacional porque te hace replantearte todo: a dónde vas, cual camino elegiste hasta ahora, las probabilidades de cambiar ese camino, si aun te faltan sueños infantiles por cumplir o si por el contrario estás listo para dejar una etapa atrás y madurar. Yo por mi lado, no estoy segura de que a aquella niña -que en paz descanse- le gustara demasiado ver todo por lo que pasé los últimos años pero qué más da, si al final es tu pasado quién te moldea y te forma. No me malinterpreten, creo que cada quién es responsable de su vida sin importar qué es lo que pase pero desligar el pasado del futuro y presente cuesta un sin fin de momentos a solas, de meditación y de psicólogos -o amigos haciendo el papel del psicólogo-. Yo tengo demasiadas madrugadas en la memoria donde aparezco riéndome con alcohol en la mano, rodeada de personas que nada más veía en ese ambiente porque al día siguiente cuando se me curaba aquella resaca recordaba que ni de coña los llamaría para tomar un café. No porque no vendrían, algunos vendrían -no todos- pero no tendrían nada bueno que decir, sus mentes son tan básicas y vacías que probablemente aun con la dosis de café me dormiría. Y entonces la vuelvo a recordar: aquella niña que miraba con desprecio y un poco de envidia a todas aquellas que se iban de fiesta todos los fines de semana porque les llovían las invitaciones. Aquella niña que confundía la risa provocada por el alcohol con la felicidad y ahora me gustaría regresar atrás y decirle que NO, que la felicidad es otra cosa mucho más compleja y al mismo tiempo contradictoriamente más simple que aquello que veía solo es un efecto secundario del alcohol. La felicidad es un estado mental abrumadoramente perfecto donde todo en tu vida tiene sentido y eres capaz de llorar de emoción pero no lo haces a veces sí lo haces, lloras y sabes que no importa porque estás bien. La felicidad no es una risa confusa y mareada, es una risa a carcajadas dónde estás completamente lucida y te brillan los ojos. La felicidad no es caminar todos de lado a lado diciendo estupideces que luego no recordaran y si lo hacen sentirán vergüenza, al contrario, la felicidad es ese instante en el que todos se contagian de una misma emoción y todos recordaran para sonreír. La felicidad no es bailar con desconocidos mientras cantas una canción vulgar, la felicidad es bailar con tu mejor amigo mientras le dedicas esa canción que será para siempre "nuestra canción". Me gustaría contarle también como un día casi pierdo el norte y me convierto en una bruta sin futuro porque no ponía límites entre la fiesta y mis responsabilidades. O decirle que varias veces he sentido como mi corazón late más lento por la cantidad de alcohol y humo acumulado. Que vi mi vida pasar frente a mis ojos una vez y la extrañé terriblemente porque ahí caí en cuenta que la había dejado morir. Pero sobretodo me gustaría decirle que ya no hay dolor aunque siga sin estar aquí y que es cierto eso de que "maduramos con los daños, no con los años" porque capaz y ya he vivido demasiado para mis 19 y capaz ya estoy lista para cumplir todos aquellos sueño que ella anhelaba y yo descartaba.